Por Yudith Madrazo Sosa
Diciembre marca la breve pero intensa existencia de Pablo de la Torriente Brau. El día 12 de ese mes, en 1901, vino al mundo, en San Juan, Puerto Rico; y el 18, en 1936, cayó en combate en Majadahonda, España. Inteligencia, prestancia, alegría y pasión desbordantes fueron las cualidades que mejor acompañaron a este hombre, cuya muerte prematura no impidió que dejara una huella imborrable en la historia cubana por su quehacer periodístico, literario y político.
Hijo segundo y único varón del matrimonio compuesto por Graciela Brau Zuzuarragui y Félix de la Torriente Garrido, desde muy pequeño Pablo tuvo la oportunidad de viajar, conocer lugares y ambiente diferentes que indudablemente ampliaron su horizonte y despertaron su interés por cuanto acontecía a su alrededor. A los tres años viaja con su padre a Santander, España, donde conoce a su abuela Genara y oye hablar sobre su ya entones fallecido abuelo cubano Félix de la Torriente Hernández.
El reencuentro con su madre y el resto de la familia se produce en La Habana, lugar que le deparaba nuevas vivencias. Poco tiempo después regresa a Puerto Rico, donde se relaciona muy estrechamente con su abuelo materno, un ferviente admirador de Martí, que pone en sus manos un ejemplar de La Edad de Oro, para que aprenda a leer.
Corre el año 1909. Otra vez se preparan las maletas, pero en esta ocasión la familia se traslada hacia El Cristo, en Oriente, donde el padre va a trabajar en los Colegios Internacionales. En esta etapa Pablo desarrolla mucho su capacidad creadora. Escribe siguiendo el ejemplo del padre y el abuelo, y publica su primer texto en El Ateneísta.
No desaprovecha ninguna experiencia que aumente sus conocimientos. Aprende en la escuela, en la calle, en el barrio con sus amigos. Estudia en el Colegio Cuba y de ahí pasa al Instituto de Santiago de Cuba. Ya entonces da muestras de sus inclinaciones literarias; tiene a Emilio Salgari como a uno de sus paradigmas.
A los 18 años, de nuevo los de la Torrriente Brau se mudan para La Habana. Decide Pablo que ya tiene edad para trabajar y desiste de ir al aula. Piensa abandonar los estudios una vez terminado el bachillerato, mas no cumple este propósito. Emprende viaje con el ingeniero José María Carbonell hacia El Sabanazo, en Oriente, en calidad de lineante. Allá conoce a Teté Casuso, una niña que años más tarde se convertiría en su esposa y compañera de lucha, prisión y exilio.
Regresa a La Habana y comienza a colaborar con el diario Nuevo Mundo y la revista El Veterano. Rompe cánones al escribir una crónica deportiva. Experimenta para hacer un periodismo diferente, más cerca de la literatura, con lo cual se convirtió en precursor en Cuba de la crónica y el testimonio.
Le regocija su trabajo como periodista, pero sus honorarios no son suficientes. Ocupa un puesto en el Departamento de Adeudos del Ministerio de Hacienda. Aunque el salario era magnífico, renuncia a los dos meses, por la desvergüenza que representaba el puesto.
En 1923 llega al bufete de Ortiz-Giménez Lanier, donde conoce, entre otros hombres extraordinarios, al doctor don Fernando Ortiz y al joven estudiante de Derecho, Rubén Martínez Villena. Allí labora como mecanógrafo y se siente a gusto por la sapiencia de don Fernando y la personalidad de Rubén. En el bufete se respira un ambiente de alta cultura, y se charla con profundos análisis sobre la situación del país.
Todo lo hace con una alegría fuera de lo común. Se aventura en el género del cuento y escribe «El héroe», el cual publica por intermedio de Martínez Villena en el Diario de la Marina, en 1928. A este le siguen el poema «Motivos del viaje bajo la noche lunar» y «Batey», en coautoría con Gonzalo Mazas.
Junto a Rubén, Raúl Roa y otros jóvenes revolucionarios, Pablo se propone derrocar al tirano Machado. Como miembros del Ala Izquierda Estudiantil, se envuelven en protestas contra el gobierno. La represión cae sobre ellos y Pablo es apresado el 3 de enero de 1931. Es llevado a la cárcel del Castillo del Príncipe. Al salir publica la serie de artículos «105 días preso», en el periódico El Mundo. Poco tiempo después es nuevamente detenido y conducido al llamado Presidio Modelo, de Isla de Pinos. De los dos años transcurridos allí surge la serie de trabajos «La Isla de los 500 asesinatos», que publica en el periódico Ahora y le sirve de base para escribir posteriormente Presidio Modelo.
Corre el año1933. Pablo marcha al exilio en Nueva York, donde escribe y participa en la fundación del Club Julio Antonio Mella, desde el cual continúa combatiendo la dictadura de Machado. Cuando este es derrocado, regresa a Cuba. Publica en las páginas de Ahora, «Tierra o Sangre», una serie de reportajes donde denuncia los abusos cometidos contra el campesinado cubano. Colabora con El Mundo, Bohemia, Social, Carteles, Alma Mater, Línea y Orbe.
Cuando fracasa la huelga de 1935 debe abandonar una vez más el país. Nuevamente su destino es Nueva York. Allí continúan siendo sus mayores ocupaciones escribir y luchar por una Cuba mejor. Funda el periódico Frente Único, vocero de la Organización Revolucionaria Cubana y Antimperialista.
Estalla la Guerra Civil Española el 18 de julio de 1936. A Pablo le obsesiona la idea de irse a España como corresponsal. Mientras reúne el dinero para el viaje, llena las cuartillas en blanco de su única novela Aventuras del soldado desconocido cubano, portadora de un fino sentido del humor. Deja inconclusa esta obra para finalmente partir hacia tierras españolas como corresponsal de New Masses y El Machete. Antes se detiene en Bruselas para asistir al Congreso por la Paz.
Primero en Barcelona y luego en Madrid, Pablo recoge testimonios, escribe crónicas memorables e intercambia una intensa correspondencia con sus amigos. A pesar de la crueldad de la guerra se siente satisfecho, pues tiene la misión de contar lo que sus ojos ven. Sin embargo, quiere ir al frente, ser un combatiente más. El 11 de noviembre se hace comisario de guerra y a la semana entra en Madrid con la satisfacción de ser un miliciano más.
Se da la orden de marchar a Majadahonda. Allá, el 18 de diciembre, cae herido de muerte el cubano miembro del Estado Mayor del 109 batallón de la séptima división. Cuatro días más tarde sus compañeros fueron al rescate de sus restos. El poeta español Miguel Hernández, con quien Pablo había hecho amistad, le dedicó su Elegía Segunda. Pero no fue hasta el 23 de diciembre cuando la noticia se conoció en La Habana.
En la tierra de Cervantes, adonde Pablo de la Torriente Brau fue a dar su apoyo solidario, se apagó la existencia de este joven revolucionario. Mas la fugacidad de sus días no impidió que su actuar sirviera de faro a las nuevas generaciones.
(Tomado de 5 de Septiembre Digital)