Acaso internet, el correo electrónico y los chats firman la sentencia de muerte de esa correspondencia cálida, manuscrita, de historia plurimilenaria.
Por Mary Luz Borrego
Allá en Yaguajay, mi amiga Carmen Perdomo todavía guarda en un cofre de suprema intimidad aquella esquela que salvó el amor de su vida.
La hojita, medio amarillenta, con una caligrafía minúscula y a todas luces perturbada, llegó de La Habana una semana después que él se la enviara, desesperado por el mal trance de la despedida: «Hoy no sale el Sol, sino tu rostro», parafraseó el verso de Silvio que ambos sabían de memoria. Casi 30 años después aún se acarician con una mirada cómplice por aquella reconciliación memorable.
Nada como la calidez de una correspondencia manuscrita. Sin embargo, primero el teléfono y ahora la popularización de las nuevas tecnologías —internet, el correo electrónico, los chats—, empiezan a dejar a un lado la práctica plurimilenaria de escribir cartas de nuestro puño y letra.
Misivas prehistóricas
Algunos autores aseguran que resulta imposible establecer el momento exacto del surgimiento de este medio de comunicación. Otros afirman que existió desde los albores mismos de la escritura.
El italiano Armando Petrucci ofrece una amplia mirada a la historia de la carta desde el mundo clásico hasta nuestros días. Las esquelas más antiguas que se conocen son una decena de ejemplares griegos esgrafiados sobre finas láminas de plomo o fragmentos de cerámica que datan de entre los siglos VI y IV antes de nuestra era.
Pero los anales de la epístola han seguido desde entonces una amplísima parábola signada por notables transformaciones tecnológicas y culturales. Con la revolución informática, los correos electrónicos y SMS o mensajes cortos que se transmiten por teléfonos celulares, no pocos afirman incluso que está condenada a muerte.
La nostalgia por las cartas también se hace sentir en Sancti Spíritus. Según especialistas del Departamento de Operaciones de la Empresa Provincial de Correos, en la década de los 90, por ejemplo, desde aquí se remitían cerca de 800 000 cartas anuales, mientras que en 2008 solo se enviaron alrededor de 500 000.
Todavía recuerdan la voluminosa correspondencia que entraba y salía cuando muchos coterráneos cumplían misión internacionalista en Angola o estudiaban y trabajaban en la Unión Soviética, Alemania y otros países del antiguo campo socialista.
Actualmente desde este territorio se imponen menos de 120 000 cartas hacia el extranjero, con una evidente tendencia a la disminución cada año. Y se reciben si acaso la mitad, con España, Islas Canarias, Italia y Estados Unidos como las naciones de mayor intercambio.
Los cómputos no incluyen la correspondencia certificada y la que sale directamente desde los organismos hacia sus colaboradores en el exterior y cuyo mayor peso recae en Venezuela y naciones de Centroamérica y de África.
Sin embargo, a pesar de esta merma evidente de las cartas que entran y salen del país, de 2005 a la fecha se observa una discreta recuperación de esos intercambios a nivel nacional. Como curiosidad adjunta vale apuntar que mientras esto ocurre con la correspondencia ordinaria, la paquetería o bultos postales se han incrementado, a la vez que los telegramas también muestran una curva abrumadoramente descendente: por ejemplo, en 2007 no se recibió absolutamente ninguno del exterior y en 2008 solo llegaron cuatro.
Muerte del telegrama
Lo que sucede en Sancti Spíritus no es exclusivo de esta provincia, pues se replica en todo el país, siguiendo además una tendencia mundial consecuente de la revolución tecnológica, que en muy poco tiempo ha transformado la forma de comunicarse de los seres humanos.
Así, por ejemplo, si hicieron falta más de cien años para que el telégrafo y por ende los telegramas alcanzaran los 500 millones de usuarios, internet lo hizo en menos de diez años.
Ese es precisamente el servicio que primero y más ha sufrido con los cambios, pues ha visto su otrora omnipotente dominio de puntos y rayas amenazado primero por el teléfono, después por el fax y ahora por el correo electrónico y los chats o salas de conversación on line.
De hecho, en muchos países, incluido Cuba, la introducción masiva del correo electrónico ha ido desbancando poco a poco al hasta hace unos años omnipotente aparatico, cuyos pitidos largos y cortos anunciaban tristezas, alegrías, noticias o simplemente informaciones.
Desde que en mayo de 1844 se envió el primer telegrama desde Washington hasta Baltimore, a unos 60 kilómetros de distancia entre sí, mucho ha llovido. Y si fue Estados Unidos el pionero en esta tecnología, también ha sido el primero en eliminarla, pues ya el 27 de enero del pasado año la Western Union Telegraph Company, nacida en 1856 para enviar telegramas, anunció el deceso de estos en un escueto comunicado.
Queda, en varias partes, eso sí, una extraña mezcla de correo electrónico y telegrama, como sucede hoy en muchas localidades del país, donde los telegramas son enviados vía correo electrónico, para una vez en la oficina de destino imprimirlos y hacérselos llegar a sus destinatarios.
Así se aprovecha la rapidez que da el moderno sistema con la prestación de llevar hasta la puerta de la casa la noticia inesperada, si bien es una solución temporal, que al final irá perdiendo terreno con el avance de la informatización de la sociedad cubana.
Tristeza por el sobre
A todas luces los decibeles de la vida moderna mandan y, en Sancti Spíritus, ya existen algunas salas de navegación con servicios de correo electrónico, además de varias empresas que disponen de esta opción.
Por su parte, Correos no quiebra, sino que abre actualmente su diapasón, y además de los servicios ordinarios ha comenzado a prestar otras asistencias, como los pagos a estudiantes de Cursos de Superación Integral, de créditos, electricidad y teléfono, Seguridad y Asistencia Social, la mayoría de ellos incluso a domicilio.
Pero queda la añoranza por la voz de esa misiva guardada en cualquier caja olvidada, que siempre traerá un momento crucial de nuestra vida, un manojo de sentimientos y también el testimonio único y en primera persona de cada momento histórico.
Queda la añoranza por la carta, por aquellos tiempos antiguos en que sus letras se dibujaban con pluma de ganso, la más humilde taquigrafía o el teclado de una añeja máquina de escribir. Añoranza por aquellas cartas que viajaban meses en alforjas, en las bodegas de los barcos y luego seguían su viaje sobre caballos de posta o en bicicleta antes de hacerse anunciar con el inconfundible sobresalto del silbato del cartero.
(Tomado de www.juventudrebelde.cu)