Por Roland
La señora venía de lejos. A lo mejor de un municipio distante o quién sabe. Llegó a la populosa ciudad y se detuvo frente a las vidrieras de una shopping. No hizo más que arreglarse el cabello, mirar dentro de la jaba vacía y entró a la tienda.
Al instante se sintió agradecida por recibir la agradable sensación del aire acondicionado, y el oloroso ambiente a cosmético ambientador.
El empleado le dio los buenos días, y ella reciprocó. Ya en el ajetreo de la gente, comenzó a andar por los departamentos, y se detuvo en el de perfumería. Estuvo un rato observando los bellos frascos, pero siguió su andar y se acercó al departamento de las telas y los vestidos. Miró los precios y tocó las prendas con delicadeza.
Al momento continuó su curso y llegó hasta los cárnicos: pollos en su nailon, picadillo de res, hígados envuelticos, laticas de carnes… Hizo un mohín de contrariedad y fue a la peletería. Los zapatos eran bellos, de punta fina, tacones brillantes: ¡los había para escoger! Entonces, ahí mismo dio media vuelta y se acercó al departamento de electrodomésticos. Todo bien ordenado, televisores de marca, batidoras, cocinas bellísimas, ventiladores, refrigeradores…
Así, anduvo con su jaba hasta acercarse a la puerta de salida. El empleado la despidió con cortesía.
Ya en la calle, bajo el ardiente calor despedido por el pavimento, abrió su jaba y sacó su monederito rosado. Quiso comprobar el contenido.
Solo tenía cuarenta centavos moneda nacional.