Por Raquel Marrero Yanes
En la mañana del 29 de abril de 1964 miembros del Ministerio del Interior trataban de contactar con un hombre que, a riesgo de su vida, se encontraba en la búsqueda de información sobre los planes de grupos terroristas que operaban en la zona del Escambray, en la antigua provincia de Las Villas.
Mientras avanzaban, prácticamente a las puertas de Trinidad, les salió al paso un niño que les indicó, no sin asombro, hacia un monte. El hombre que buscaban estaba allí, ahorcado, en un árbol a orillas del río Guaurabo, en la finca Masinicú (nombre propio del lugar, y no Maisinicú como ha trascendido). Era Alberto Delgado Delgado.
Había nacido el 10 de diciembre de 1932, allí en Trinidad, y desde pequeño trabajó como carbonero y cortador de caña sin poder asistir a la escuela.
Desde joven colaboró con el Movimiento 26 de Julio, y a finales de 1958 se incorporó al Ejército Rebelde. En 1961, mientras tramitaba por razones de salud su licenciamiento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, conoció de las actividades contrarrevolucionarias y decidió informarlo.
A partir de ese momento, para la Seguridad del Estado Alberto Delgado se convertía en el Enano, agente designado «contacto» entre La Habana y Las Villas; para los demás comenzó a ser un contrarrevolucionario.
En funciones de administrador de la finca Masinicú, logró desarrollar vínculos con la contrarrevolución bajo la máscara de un resentido miembro del Ejército Rebelde que, una vez licenciado, solo tuvo como recompensa tan modesto empleo.
Sin disparar un tiro, el Enano hizo blanco en las entrañas del bandidismo. Actuó contra grupos de alzados que operaban en la zona y capturó importantes bandas. Con el decursar, la Seguridad le hizo saber del peligro que corría su permanencia en la finca, porque su actividad comenzaba a provocar desconfianza entre los cabecillas. No obstante, él se negó a abandonar su trinchera. Tenía la convicción de la necesidad de seguir colaborando.
En horas de la noche del 28 de abril de 1964, en las márgenes del río Guaurabo, frente a la finca Masinicú, Alberto se enfrentó en solitario a dos bandas de alzados que trataron de sacarle información sobre su actividad como agente de la Seguridad del Estado. Sus únicas armas eran las convicciones revolucionarias.
Intentó defenderse, pero como consecuencia de los golpes recibidos quedó inconsciente. Los asesinos lo colgaron entonces de una guásima, hincaron con bayonetas su cuerpo y se retiraron después para evitar un enfrentamiento con los combatientes de la Lucha Contra Bandidos.
Por razones de seguridad, Alberto Delgado fue sepultado sin que se revelara su condición de agente de la Seguridad del Estado que había ofrendado su vida, sumido en el silencio, al servicio de la Revolución. Era sencillamente un contrarrevolucionario.
Tres años después, sus restos fueron exhumados para rendirle los honores correspondientes. Fue ascendido póstumamente al grado de teniente del Ministerio del Interior e inhumado en el Panteón de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, en el cementerio de Colón. Se conocía por fin la verdadera historia de un héroe anónimo, el hombre de Masinicú.
(Tomado de http://www.granma.co.cu)