Marta Abreu, la dama de Santa Clara

Por Minoska Cadalso Marta Abreu de Estévez, la Benefactora de Santa Clara

Cada ciudad posee su historia propia, su leyenda de personajes inmortales que marcan los pasos a través del tiempo. En nuestra Santa Clara, esa dama imperecedera es Doña Marta Abreu de Estévez.

Diariamente la saludamos en el Parque Vidal, donde la benefactora de los desposeídos disfruta de las tradicionales retretas, los primeros pasos de los niños y algún que otro beso nervioso de los principiantes.

Santa Clara le agradece los tres colegios para niños pobres que fundó, los lavaderos públicos, los asilos para ancianos y, por supuesto, su gran obra: el teatro La Caridad, construido en 1885.  Fue entonces uno de los más importantes en el llamado interior del país, y a diferencia de sus similares —el Sauto de Matanzas y el Terry de Cienfuegos, construidos con un criterio utilitario—, tenía como fin garantizar con la recaudación el mantenimiento y sustento de los colegios y asilos, además de propiciar con su programación el desarrollo del mejor arte que existía o estaba de tránsito por el país.

Marta puso su fortuna y sus energías a disposición de las causas más nobles: ayudar a los desvalidos y contribuir a la independencia de Cuba:

«Mi última peseta es para la Revolución, y si hace falta más y se me acaba mi dinero, venderé mis propiedades, y si eso todo fuese poco, nos iríamos nosotros a pedir limosna, porque lo haríamos por la libertad de Cuba.

«Marta Abreu, la patriota que desde París socorrió con aliento, avituallamientos y sumas monetarias la causa cubana en la manigua, firmó sus confidencias con el nombre indoblegable de Ignacio Agramonte. Al enterarse de la caída de Maceo, el 7 de diciembre de 1896, en Punta Brava, transmitió un cable a Estrada Palma: «Diga si es cierta la desoladora noticia. Cuente diez mil pesos, adelante, Ignacio Agramonte».

El 9 de febrero de 1899, después de cuatro años de ausencia de Cuba, arriba a La Habana junto a su esposo, Luis Estévez, quien en 1902 es electo vicepresidente de la República, y angustiado, renuncia en 1905 por los desmanes reeleccionistas de Estrada Palma, hecho que le obligó emprender nuevamente el camino hacia Francia; pero desde allá continuaron el socorro monetario de otros proyectos socio-culturales de Santa Clara: Escuela de Artes y Oficios y una biblioteca pública. Sin embargo, un envenenamiento de la sangre a consecuencia de una operación de apendicitis mal atendida, puso fin a su fructífera vida. Falleció, allá en París, el sábado 2 de enero de 1909, a la una y media de la tarde.

El recuerdo de la protectora de los pobres y de la ciudad de Santa Clara fue conservado por sus conciudadanos, quienes en 1945, al celebrarse el centenario de la ilustre benefactora, le erigieron un monumento en el parque central de la ciudad, que la perpetúa en nuestra memoria.

(Tomado de http://www.radiorebelde.cu)

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