Por Maité López Pino
Cuando nació en Camagüey el 25 de enero de 1895, el artista de la plástica cubana, Fidelio Ponce, no fue bautizado con el nombre por el cual lo reconocen mundialmente. Su verdadero nombre era Alfredo Ramón Jesús de la Paz Fuentes Pons.
Aunque no se conoce con exactitud si concluyó los estudios en la Escuela de Artes, adonde asistió irregularmente, siempre obtuvo calificaciones sobresalientes. La pasión por el arte lo empujó con frecuencia a visitar talleres donde pintaban los maestros de la época.
Tal vez como Van Gogh, Ponce de León sufrió la incomprensión de la sociedad que le tocó vivir y se refugió en su universo interior. Los expertos aseguran que a pesar de no ser uno de los pintores más críticos con el gobierno imperante, supo traducir el sufrimiento y la desesperanza de un país explotado y sumiso.
La historia reseña que Fidelio dejó su impronta en sitios inverosímiles: pintó en lugares olvidados, brindó su arte a las personas humildes. Durante toda su vida enseñó a los niños de los barrios más pobres y hasta se dice que muchas veces pintó en bares y tabernas solo para comer.
En su obra se evidencia una mezcla de figuras alargadas, monocratismo, abstracciones que tocaban temas de religión, de enfermedad y de muerte. Por ejemplo, con sus famosas pinturas Tuberculosis y Beatas evidencia la complicidad del blanco y los colores ocres, de tristeza y luz.
Fidelio Ponce, el pintor de las miserias humanas –como muchos lo conocen—, mostró siempre un aspecto físico deteriorado, primero por el alcohol, y más tarde por la tuberculosis, pero su talento seguía invocando la fantasía cubana.
(Fuente: CubAhora)