En mi casa mando ¿yo?

Por María Elena Balán Saínz

machismoCierto día un amigo, cuando le comenté que lo consideraba un hombre sin prejuicios, hizo notar mi error al valorarlo de esa forma, pues me confesó se sentía un tanto ninguneado y socavado en su función de cabeza de familia al enfrentar tareas hogareñas.

Ante mi sorpresa aceptó revelar cómo a pesar de fregar, arreglar cosas en el hogar, pintar sus paredes, hacer el desayuno a sus hijos de vez en cuando, darles un aventón hasta la escuela, en el fondo de su yo esto no le gustaba mucho.

En Cuba la mujer ha ido ganando un espacio público, pero no ha llegado a eliminarse totalmente esa visión de vincularla a la doble jornada, tanto en su centro de trabajo como en el hogar.

Al terminar la labor, ya sea como obrera, técnica, directiva o funcionaria, le espera enfrentar la elaboración de los alimentos, organización del resto de las tareas hogareñas, como la limpieza, lavado, velar por el desempeño escolar y el cuidado de hijos, o padres ancianos.

El machismo, presente en muchos núcleos en nuestro país, impide una vida familiar equitativa. Lo peor es que arrastramos esa situación precisamente desde el inicio de la educación ofrecida por la familia, al vincular siempre a las niñas con tales tareas en sus juegos infantiles, mientras a los chicos se les encamina hacia todo aquello que realce su futura hombría.

Estudiosos del tema consideran la existencia de un modelo desigual de distribución de tareas domésticas, donde la mujer deviene responsable máxima de las obligaciones.

Si bien en ese frente tiene el rol principal, en la toma de decisiones no siempre resulta así y el hombre impone su criterio como «cabeza de familia».

Algunos defienden a ultranza la jefatura de hogar y no toleran menoscabos en ese sentido, por lo cual la mujer y los hijos deben acatar lo dispuesto por ellos, quienes por lo regular heredaron tal comportamiento de lo visto entre sus padres.

No obstante, datos del último Censo de Población y Viviendas revelan que el 44,9 por ciento de los jefes de hogar en el país son mujeres; cifra superior a la del 2002, cuando se registró el 40,6 por ciento; y a la de 1981, cuando eran poco más del 28 por ciento.

Los roles de la familia deben distribuirse de manera tal, que no se afecten las condiciones de igualdad, responsabilidad, amor, respeto, complementariedad, solidaridad y unidad.

Es frecuente en las conversaciones entre mujeres escuchar la frase: El tiempo no me alcanza, caigo a la cama extenuada.

Sin embargo, otros miembros de la familia disfrutan de un programa de televisión, leen y descansan un rato antes de la comida, como si fueran derechos incuestionables.

De acuerdo con datos de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información en el año 2012 el 46 por ciento de los dirigentes cubanos y el 48,9 por ciento de los diputados a la Asamblea Nacional del Poder Popular, eran mujeres.

Tales revelaciones muestran que el empoderamiento femenino superó el espacio del hogar; pero no exime a las féminas tras realizar esas tareas laborales de caer en el embudo del estereotipo tradicional, el cual la sumerge entonces en el trabajo de la casa, donde debe desempeñarse con igual eficacia.

(Fuente: AIN)

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