A 110 años del nacimiento de quien fuera el primer Premio Cervantes Latinoamericano, recordamos este 26 de diciembre a Alejo Carpentier.
Por Marta Rojas Rodríguez
El niño Alexis, procedente de Cuba, recorre las calles de Moscú a los nueve años de edad, en plena etapa prerrevolucionaria rusa. Él no lo sabe, pero es capaz de interpretar las voces que oye porque su madre, a quien luego conoceremos como Toutouche, es rusa. Diez años después él establecerá amistad en Cuba con Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena y Juan Marinello, a quienes considerará “maestros valederos”.
“Con tales maestros anduve y junto a ellos aprendí a pensar”, escribirá. Dice más: “Se formó ese grupo que se llamó Grupo Minorista y que, no podíamos sospecharlo entonces, desempeñaría un papel precursor en la revolución futura”, expresa ese Alejo Carpentier Valmont.
Este 26 de diciembre es el aniversario 110 de su nacimiento, ocurrido en 1904. Desde aquella estancia en Moscú a los nueve años de edad tuvo una vida muy cambiante. Su padre —arquitecto— lo puso al frente de una granja de su propiedad (1915) y se dedicó a criar gallinas y gansos. Luego se haría constar por la crítica: “De ahí, uno de los capítulos finales de El reino de este mundo, la novela cumbre que inauguró lo real maravilloso. La obra, como se sabe, transcurre en Haití”.
En aquella granja su padre le había puesto en las manos obras de Balzac, Zola y Flaubert. Además le regaló un caballo y él mismo dirá: “Fue el mejor compañero de mi vida (en el campo), pues yo era un muchacho aquejado de asma, bastante huraño y tremendamente solitario, que solo hallaba alegría leyendo a los clásicos y cabalgando por las lomas circundantes”.
Obviamente Alejo —ahora es Alejo y no Alexis— estudió la primera enseñanza en una escuela privada y en 1917 ingresó en el Instituto de Segunda Enseñanza, estudiaba bachillerato y teoría musical. Pero su padre lo alejó aún más de la ciudad. La elección fue otra finca más distante de la capital, en un lugar conocido como Loma de Tierra. Allí, en la época en que para los exámenes de ingreso en la Universidad podía estudiarse “por la libre”, Alejo se preparó para ingresar en la Universidad. Quería ser arquitecto como su padre y fue admitido. Tenía 17 años.
Para él la separación de sus padres fue lo que llamó una “catástrofe”. Le dolía desprenderse de la finca y tener que vender su inolvidable caballo.
Escribió al respecto: “Dejaba atrás de mí el campo de Cuba que me provocaba un triste recuerdo. Pobres campesinos mal nutridos, la gran tristeza de las mujeres campesinas de mi país, ya viejas desdentadas, ajadas a la edad de los 24 o 25 años por la mala alimentación, los niños cubiertos de plagas, de enfermedades parasitarias”.
Comienza para el joven Carpentier una etapa de trabajo que solo termina con su muerte, ocurrida en 1980, en pleno ejercicio de la literatura y la diplomacia.
Con su cultura le es fácil comenzar a trabajar en el periodismo, profesión que nunca abandonaría. En 1922 escribe su primer artículo en La Discusión. Ha iniciado la sección Obras Famosas. Un año después ocupará la jefatura de redacción de una revista de la Unión de Fabricantes de Calzado. Pero sigue en La Discusión, donde asume la sección de Teatro y en su quehacer descubre (literalmente así) a Rita Montaner, lo cual recordará en una crónica para El Nacional de Caracas : “(…) una tímida cantante se presentaba al público por primera vez, en la pequeña Casa Falcón de La Habana, su programa era el de todas las principiantes: un poco de renacimiento italiano para demostrar algún dominio de los clásicos, algún lied alemán, una romanza francesa, una melodía de Tosti, para alardear de ópera…”. El periodista Alejo reconoció el talento de la joven y le siguió los pasos a Rita hasta su triunfal debut en París, del cual también escribió.
Su azarosa vida económica se reflejó tanto en París, como antes lo fue en Cuba, trabajando infatigablemente: periodismo y literatura. En 1925 sorprende a los lectores con la alabanza, en la revista Carteles, de la novela El tren blindado No. 14-69, de Vsevolod Ivanov. Se haría imposible, por lo extenso y versátil seguir cronológicamente los pasos de Alejo Carpentier en el periodismo y la literatura. Pronto estará en México, invitado inesperadamente por el novelista Juan de Dios Bojorquez. Comienzan los encuentros con los grandes artistas de la plástica: Diego Rivera y José Clemente Orozco, entre los primeros.
Y entra de lleno en él América Latina. Son estas sus palabras al respecto: “Pedíamos la cooperación y una unión y un mutuo conocimiento con los demás países de América Latina, veíamos (en 1927) una suerte de internacionalismo revolucionario entre los países de América Latina, protestábamos contra la invasión de nuestras tierras por el capital norteamericano…”.
Es encarcelado en Cuba. En el Castillo del Príncipe escribe su primera novela ¡Ecue Yamba-O! Lo ponen en libertad bajo fianza y pronto, gracias a una artimaña del intelectual Robert Desnoes, puede viajar sin pasaporte a Francia.
Entra de lleno en la radio, que es una revolución en París y sigue escribiendo de todo, incluso escribe y publica canciones. El pionero de la radio en Francia lo lleva a Poste Parisién. De vuelta a Cuba, a la caída de la tiranía de Machado, continúa su bregar, en medio de una crisis económica impresionante. La radio es su salvavidas.
Es un hombre de ideas revolucionarias y la Guerra Civil Española lo llamaba. Allá va y escribe los trabajos titulados “España bajo las bombas”. De vuelta lo espera otra empresa que se le ocurre investigar y escribir: La música en Cuba y tantas cosas más.
Pero no son solo el periodismo, la música, la radio y la novela consagratoria los intereses de Alejo Carpentier —primer escritor latinoamericano que recibirá en 1978 el Premio Miguel de Cervantes—, sus intereses en la cultura no tienen tope. Las artes plásticas son también un campo de disfrute para él imprescindible. De ello habla Graziella Pogolotti, quizá una de las personas que más y mejor lo conoció entre todos los intelectuales cubanos, además del padre de ella, el pintor Marcelo Pogolotti. En Cuadernos Hispanoamericanos escribió Graziella. “(…) en Carpentier, el acercamiento a las artes plásticas desborda el mero ejercicio crítico a favor de un amplio concepto de la visualidad”. Lo cual, se adentra ella en el artículo, lo plasma en descripciones de novela.
Por otra parte, en este sucinto recuerdo sobre Alejo no podemos obviar una de sus características excepcionales: el arte de la palabra, de la conversación. Quienes hayan visto los documentales del ICAIC donde él conversa de muchas cosas, contarán con el mejor aval para sustentarlo. Pero doy testimonio:
No pasaría mucho tiempo, tras el triunfo de la Revolución Cubana, cuando un día el propio Enrique de la Osa me mandó a hacerle una entrevista a Carpentier, quien acababa de llegar de Venezuela y estaba realizando proyectos culturales en La Habana, tales como promover un Festival del Libro en el Parque Central y colaborar con Haydée Santamaría en la organización del Premio de la Casa de las Américas. Entonces, vi por primera vez al autor de El reino de este mundo, novela que había leído. Lo observé gesticulando y conversando con una sonrisa entre irónica y candorosa, combinación rara, me dije. Le hice preguntas que me contestó con una naturalidad asombrosa, sin dejar de trabajar frente a su mesa y seguir hablando con dos personas a la vez. Me recibió amablemente y me brindó café. Le pregunté sobre El Quijote y la edición millonaria que quería Fidel que se hiciera enseguida, así como sobre otros clásicos que Carpentier le había recomendado publicar masivamente. Ese día obtuve una respuesta afirmativa y entusiasta: “Extraordinarias, impresiones fabulosas, imprescindibles (arrastrando la erre) y seguidamente retomó El Quijote y me habló en extenso de Sancho Panza, de Dulcinea y Don Quijote en la Cueva de Montesinos, de la Sierra Morena y de la vuelta a la razón de Don Quijote, de la filosofía de Cervantes y su ingenio, como si estos fueran personajes de carne y hueso. Me parecía estar viéndolos actuar. Era Alejo el conversador.
En ese encuentro descubrí a ese conversador cabal. Luego me preguntó cómo estaba Enriquito (Enrique de la Osa), y además, mi nombre. Todo ello sin ninguna afectación. Vi que apuntó mi nombre en un papel y oí un “Marta, dile a Enriquito que voy a verlo pronto, que tenemos mucho que conversar”.
Para mí serán inolvidables los muchos días de conversación con corresponsales extranjeros en un hotel de Hanoi, durante la guerra. La descripción que hizo verbalmente sobre una escuela que vio derribada por la aviación impresionó a todos. Luego lo contó en el Tribunal Russell sobre los crímenes de guerra yanquis en Vietnam.
Entre las obras de Carpentier
Novelas: El reino de este mundo, El siglo de las Luces, El acoso, Concierto barroco, ¡Ecue Yamba-O!, El recurso del método, El arpa y la sombra, La consagración de la primavera. Ensayos y otros: Visión de América, La música en Cuba, Ese músico que llevo dentro. Una docena o más de libros donde se compila su obra periodística en Letra y Solfa. Sección diaria publicada en El Nacional de Caracas. Allí también trabajaba en una Agencia Publicitaria y escribió una parte importante de su obra de ficción.
(Fuente: Granma)