El pasado martes 20 de enero de 2009 asumió la jefatura del imperio Barack Obama como el presidente número once de Estados Unidos, desde el triunfo de la Revolución Cubana en enero de 1959.
Nadie podría dudar de la sinceridad de sus palabras cuando afirma que convertirá a su país en modelo de libertad, respeto a los derechos humanos en el mundo y a la independencia de otros pueblos. Sin que esto, por supuesto, ofenda a casi nadie, excepto a los misántropos en cualquier rincón del planeta. Ya afirmó cómodamente que la cárcel y las torturas en la Base ilegal de Guantánamo cesarían de inmediato, lo cual comienza a sembrar dudas a los que rinden culto al terror como instrumento irrenunciable de la política exterior de su país.
El rostro inteligente y noble del primer presidente negro de Estados Unidos desde su fundación hace dos y un tercio de siglos como república independiente, se había autotransformado bajo la inspiración de Abraham Lincoln y Martin Luther King, hasta convertirse en símbolo viviente del sueño americano.
Sin embargo, a pesar de todas las pruebas soportadas, Obama no ha pasado por la principal de todas. ¿Qué hará pronto cuando el inmenso poder que ha tomado en sus manos sea absolutamente inútil para superar las insolubles contradicciones antagónicas del sistema?
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