De esos hombres que se empinan decididos en la historia y rebasan con creces el momento que les toca vivir, de esos hombres que abrazan con pasión la sagrada causa de la libertad y la dignidad, y entregan su vida y su sangre generosas en aras de un destino mejor para el ser humano, de esos hombres fue Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria, quien un día como hoy, hace 135 años, murió en desigual combate en plena Sierra Maestra.
«Es preciso —dijo de Céspedes José Martí— haberse echado alguna vez un pueblo a los hombros, para saber cuál fue la fortaleza del que, sin más armas que un bastón de carey con puño de oro, decidió, cara a cara de una nación implacable, quitarle para la libertad su posesión más infeliz, como quien quita a un tigre su último cachorro».
La fortaleza no estaba, en efecto, en el brazo de Céspedes, sino en su voluntad de acero, en su arraigado patriotismo, que como alas de un relámpago alumbró inteligencias, despertó espíritus y generó entusiasmo y luz para mostrar el camino a seguir por su generación y las generaciones futuras.
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