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Una palabra con mala fama

Por María Luisa García Moreno

gerundio, forma no personal del verboEl gerundio es, sin lugar a dudas, una palabra que tiene la “mala fama” de ser la más compleja de nuestra lengua y que por ello, algunos evaden. En verdad se cometen muchos errores en la utilización de esta forma no personal del verbo: con fuerza, el ando o el iendo golpean la vista o el oído. Abro una revista en la que reconozco el habitual cuidado en la redacción y leo: “[…] se efectúa la vacunación masiva de la población, erradicándose el paludismo y la poliomielitis […]”. Abro un libro y veo: “En octubre de 1962, Estados Unidos alegó que se estaban instalando armas nucleares en Cuba, estallando la conocida Crisis de los Misiles”. La publicación de ambos errores demuestra que nunca será suficiente lo mucho que se diga al respecto.

El gerundio debe expresar siempre una acción simultánea o anterior a la del verbo principal, por ejemplo: Escuchando el concierto de Frank Fernández reconocí varias piezas de Chopin (la acción de escuchar es anterior a la de reconocer) o: Muchas personas trabajan escuchando buena música (las acciones de trabajar y escuchar se realizan simultáneamente), o: Mientras una mano de Zenaida Roméu desliza la batuta al ritmo de la música, la otra tiembla moviéndose con desenfreno, en la que las acciones de temblar y mover se producen a la vez.

Emplearlo para indicar acción posterior, efecto o consecuencia es, sin duda, el más frecuente error que se comete en su utilización, un gravísimo error de sintaxis, como puede verse en los ejemplos que aparecen al inicio de este trabajo. (Los autores de los textos citados debieron decir: “[…] se efectúa la vacunación masiva de la población, con lo que se erradican el paludismo y la poliomielitis […]” / “Estados Unidos alegó que se estaban instalando armas nucleares en Cuba, y estalló la conocida Crisis de los Misiles”.) 

El gerundio es una forma no personal del verbo y ello quiere decir, por supuesto, que no tiene persona, pero tampoco número, tiempo, modo…

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Gazapos institucionalizados. Procuremos hablar sin manchas

El uso correcto del idioma nos prestigia. No basta con preocuparnos: la lengua que hablamos es expresión de nuestra nacionalidad, de nuestra idiosincrasia.

Por María Luisa García

cartel de Santiago de Cuba, Ciudad HeroicaEl uso del idioma es cuestión que despierta gran preocupación en buena parte de la población cubana y es muy saludable que así sea. Pero no basta con preocuparnos: la lengua que hablamos es expresión de nuestra nacionalidad, de nuestra idiosincrasia, y, como tal, se hace necesario defenderla y cuidarla. Lamentablemente, no siempre, ni siquiera a nivel institucional, le conferimos la prioridad que merece.  

Un claro ejemplo es el título de «Ciudad Héroe», que ostenta merecidamente Santiago de Cuba: ese título encierra un error de concordancia producido por una traducción incorrecta, pues en ruso —lengua de la que se tomó—, a diferencia del español, la palabra ciudad está en masculino. Ya es hora de que se rectifique ese error y se cambie el título por «Ciudad Heroína» o «Ciudad Heroica».  

En cierta ocasión tuve que mencionar la distinción «Profesor de Mérito», que otorgan nuestras universidades a sus más destacados docentes: la profesora de quien hablaba me explicó que ese era el título, fuera su poseedor hombre o mujer. Lo mismo ocurre con las categorías científicas; «profesor titular», «profesor auxiliar»… ¿Por qué?, si nuestras universidades están llenas de profesores y profesoras. 

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Frases descabelladas en internet

Por Daniela Fassonello

Es parte del quehacer diario de los docentes, corregir exámenes, escritos, trabajos de clase. Sin duda que más de uno dejará su lapicera correctora, o su perfil de docente serio para echarse a reír por disparatadas frases y análisis que sus alumnos de enseñanza media, dejan plasmadas en las hojas de sus parciales y trabajos.

 

A alguien se le ocurrió recopilarlas y es por estos días que circula por internet una lista de frases que un docente uruguayo reunió y que reflejan algunos análisis, comentarios, respuestas en sus escritos de distintas materias como literatura, historia, biología y derecho, a cuyos responsables se les mantiene en el más absoluto anonimato.

 

En la extensa lista se pueden leer oraciones alusivas a la clásica obra La Divina Comedia de Dante Alighieri: «La condición que tenían que cumplir las almas para entrar en el infierno era pasar primero por el prostíbulo», así como al Partenón que es definido como «una loba que amamantó a dos mellizos que se llamaban Romeo y Julieta».


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País Vasco: Los fallos más comunes en secciones de prensa

Sociedad y Política registran más errores matemáticos por «inclusión de opiniones» del periodista en la noticia.

Las secciones de Sociedad y Política registran mayor número de errores matemáticos a la hora de facilitar informaciones relacionadas con cifras o porcentajes, por encima de secciones habituadas a trabajar con números como Economía, según ha explicado el titular de Geometría y Topología de la Universidad del País Vasco, Raúl Ibáñez. 

Según Ibáñez, la principal causa de estas informaciones equívocas es la «inclusión de opiniones» del periodista en la noticia. «Muchas veces quieren dar una información matemática y a la vez una opinión, interpretando datos de una manera errónea», ha subrayado. 

No obstante, ha resaltado que el objetivo de los periodistas no es el de «manipular», ya que en la mayoría de las ocasiones «no se dan ni cuenta» y ha asegurado que, a su entender, los medios de comunicación realizan una labor «muy buena». 

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Rimbombante y pomposo: pretérito y vetusto lenguaje

Por Alfonso Cadalzo Ruiz

Con toda intención titulé estas líneas con esa sobrecarga de adjetivos, por demás fuera de época, para referirme a esquemas del argot periodístico (y radioperiodístico) que a veces, como quiste momificado, se enclaustran en mentes y quehaceres de profesionales del medio. Así mismo, bien recargadito lo dicho, ¿de acuerdo?

¿Cuántas entrevistas radiofónicas no comienzan con el manido: “sí, efectivamente”? Una y otra vez en pleno siglo veintiuno, que va a la carrera, se siguen haciendo cosas como esa. Para colmo de males, he oído entrevistas donde tras una sarta de apologías y elogios, se le sugiere al entrevistado lo que ha de decir. Digamos…

—¿Qué puede comentarnos acerca del exitoso cumplimiento del plan de producción?

—¿Está contento con los resultados altamente positivos que son motivo de alegría para todo el colectivo? 

—Respuesta: Pues cumplimos el plan exitosamente. Sí, sí, sí, muy satisfecho.  

¡Qué bien!

Cierta vez oí un reportaje sobre la zafra. El periodista decía más o menos así:

—Comienza la zafra en el central “X” y nos habla su director para referirse a los preparativos de “la misma”.

¿Quién es misma? No me digan que no sonaría mejor decir: “Comienza la zafra en el central “X” y nos habla su director para referirse a los preparativos”.

En algunos bocadillos, para anunciar un trabajo de género, se anuncia al autor, y por si pareciera poco, al momento de concluirlo se repite el nombre. ¿Por qué ese redundar? ¿No es mejor que se deje como última frase la idea de lo que debe perdurar en la mente de quienes escuchan?

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Preguntas absurdas y expresiones foráneas

Hay tres preguntas que asombran por lo absurdas: Una va dirigida a la persona que se ama: «¿Tú me quieres?»; la otra, al vendedor que nos propone algo: «¿Está bueno?» Por supuesto, la merecedora del primer lugar, es la que escuchamos, en el consultorio médico, a quien espera junto a nosotros y, con su mejor intención, va a recomendarnos un remedio infalible para nuestro padecimiento. Casi siempre comienza diciendo: «¿Usted desea curarse?»

 

Me apena que vayas a tacharme de malagradecida; pero invariablemente me invaden unas ganas locas de contestarle: ¿Puede creer que no tengo el menor empeño en mejorar siquiera? Vine porque me gusta perder la mañana sentada en este banco. Entiéndeme, aprecio muchísimo un consejo guiado por la buena fe; lo que me molesta son las tontas palabras introductorias. Y hablando de eso, ¿te has fijado lo difícil que les resulta ya a muchos, comenzar a hablar sin decir: «A ver». Se oyen a diario diálogos como este: «—¿En cuántos programas de radio has trabajado? —A ver, en tal, tal, y tal». «—¿Qué países has visitado? —A ver, España, México, Canadá». Cada respuesta, cada enumeración, va precedida de ese «a ver», que a alguien, en mala hora, se le ocurrió.


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