El regalo
Quiero hacerte un regalo, hijo mío, pues la vida nos arrastra a la deriva.
El destino nos separará, y nuestro amor será olvidado.
Ya sé que sería demasiada ingenuidad creer que puedo comprar tu corazón con mis regalos.
Tu vida es aún joven, tu camino largo. Bebes de un sorbo la ternura que te ofrecemos, luego te vuelves y te vas de nuestro lado.
Tienes tus juegos y tus compañeros, y comprendo que no nos dediques ni tu tiempo ni tus pensamientos.
Pero a nosotros la vejez nos da ocasión de recordar los días pasados, de reencontrar en nuestro corazón lo que nuestras manos perdieron para siempre.
El río corre rápidamente y rompe, cantando, todos los obstáculos que se le presentan. Pero la montaña inmóvil lo ve pasar con amor y guarda su recuerdo.
Mala fama
¿Por qué lloras, hijo mío? ¡Qué malos son, pues siempre te regañan sin motivo! Mientras escribías, te has manchado de tinta la cara y las manos; ¿por esto te han llamado sucio? ¡Cómo se atreven! ¿Se les ocurrirá decir que la luna nueva es sucia porque tiene la cara negra de tinta? Te acusan por cualquier tontería, hijo mío; siempre están dispuestos a meter ruido por nada.
Jugando te rompiste tu vestido: ¿por esto te llaman destrozón? ¡Cómo se atreven! ¿Qué dirían de la mañana de otoño que sonríe a través de las nubes rasgadas? No te preocupen sus regañinas, hijo mío, ni la perfecta y minuciosa cuenta que llevan de tus faltas.
Todos sabemos que te gustan los dulces. ¿Y por esto te llaman goloso? ¡Cómo se atreven! Pues, ¿qué nombre nos darán a los que encontramos tanto gusto en besarte?