Juan de Dios Ramírez-Heredia, presidente de la Unión Romaní española, habla de la situación de los gitanos en Francia.
Por Luis Luque Álvarez
Ante el pórtico de la monumental iglesia de la Magdalena, en París, una señora mayor, desde el suelo, extiende la mano a todos los que pasan. Es gitana (también les llaman romaníes, rromà), y sonríe y bendice a quienes le dejan alguna moneda.
Algo al sudoeste, al pie de la Torre Eiffel, otra gitana, muy joven, se acerca a los turistas para pedirles dinero. Por lo general, recibe un «no». Mientras, marroquíes y subsaharianos asedian a los forasteros para proponerles réplicas de la Torre por siete, cinco, tres euros…, y un conjunto de sudamericanos, con flautas andinas, toca El cóndor pasa, para animar al público a comprarles sus discos. Pero la muchacha morena camina discreta, para no hacerse notar demasiado por los policías del lugar…
No son tiempos apacibles para los gitanos llegados desde el este. Tras la orden de expulsión dictada por el gobierno francés en el verano pasado, 8 000 han sido deportados hacia Rumania y Bulgaria, y aún pende la posibilidad de que la Comisión Europea sancione a Francia por esa decisión.
Tengo algunas interrogantes sobre el tema, y las responde Juan de Dios Ramírez-Heredia, presidente de la Unión Romaní española. Nuestro entrevistado se convirtió, en 1977, en el primer diputado de origen gitano (milita en el Partido Socialista Obrero Español) y ha recibido el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Cádiz por su febril activismo en la defensa de su pueblo.
—¿Cuál es la situación de los romaníes franceses? ¿Acaso son más respetados por el gobierno que sus pares rumanos?
—Los gitanos en Francia atraviesan las mismas vicisitudes que en cualquier otro país europeo, y más ahora, si tenemos en cuenta el reciente auge del racismo que experimenta Europa debido a la acuciante crisis económica. Los que peor parados salen, sin dudarlo, son los rromà que viven en campamentos, pues son un blanco fácil sobre el que descargar toda la frustración que provoca la dura situación que vivimos en este momento.
—Respecto a las condiciones de vida de los gitanos inmigrantes, ¿podría describirlas?
—Son tremendamente penosas; no disponen de luz, ni de agua corriente, ni de las comodidades mínimas para llevar a cabo una vida digna. Las condiciones higiénicas de los campamentos son muy pobres y provocan muchos problemas de salud en los miembros más débiles de estas comunidades.
—¿Cuáles son las principales «razones» del gobierno de Sarkozy para las deportaciones?
—Para el gobierno francés todos los gitanos, sin distinción alguna, somos vagos, ladrones y maleantes. El señor Presidente en ningún momento se ha dedicado a estudiar los casos individualmente y ha ordenado expulsiones en masa, cuando todos sabemos que no se pueden hacer generalizaciones de ningún tipo ni vulnerar los derechos individuales de las personas de este modo.
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