Por Charlie Savage | The New York Times
Una sofocante tarde del mes pasado, un avión militar Boeing C-17 aterrizó en esta base naval norteamericana en Cuba. Vino para llevar a seis detenidos de baja peligrosidad a sus nuevas vidas en Uruguay, después de 12 años de encierro.Días antes, el vicepresidente norteamericano, Joe Biden, había llamado a José Mujica y lo había presionado para que aceptara reubicar a esos hombres. El presidente uruguayo se había ofrecido en enero a recibir a los presos, pero cuando Estados Unidos estuvo finalmente listo para el traslado, hace un par de meses, Mujica manifestó su preocupación, ya que le resultaba políticamente riesgoso avanzar con la medida en plena campaña.
Después de cuatro días de intensas negociaciones, el C-17 finalmente despegó sin los pasajeros.
Aunque Barack Obama se comprometió el año pasado a intensificar sus esfuerzos para cerrar el centro de detención, en lo que va del año solo logró liberar a un prisionero de baja peligrosidad y dejó en espera a otros 79, cuyo traslado a otros países ya fue aprobado. Tampoco logró persuadir al Congreso de que levante la prohibición de trasladar a los 70 detenidos restantes, de alta peligrosidad, a una prisión en Estados Unidos.
«Falta mucho para el cierre de Guantánamo», dijo el general John Kelly, líder del Comando Sur de Estados Unidos, que supervisa la Fuerza de Tarea Conjunta Guantánamo. «Obviamente, el presidente está haciendo todo lo que puede. Tiene gente dedicada a buscar países que los acepten, pero tarde o temprano hará falta la intervención del Congreso» para revocar la prohibición de los traslados.