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Días de fiesta: «Tirar la casa por la ventana»

Por Elizabeth Lopez Corzo

El ser humano tiene dependencia de ciertos formalismos, los días festivos, aniversarios de boda o nacimiento son algunos de ellos. Y esa dependencia la disfrutamos.

d650523f2d1538ce60f7629616089cf2_LAmén de la existencia –por supuesto– de personas más tímidas, ermitañas o simplemente desinteresadas en celebrar fecha alguna, no se puede negar que la navidad y el advenimiento de un nuevo año es motivo de festejo en el mundo entero. Da igual norte o sur, oriente u occidente, con verano o en medio de la nieve, con arbolitos de ramas sintéticas, con pinos reales o sin arbolito, porque simplemente esta época es muy cercana a la felicidad.

Y digo felicidad –pesar de los tantos problemas que hay en nuestra Tierra o acontecimientos repentinos y nefastos– porque es precisamente en esta fecha del año en que los seres humanos queremos estar en paz y luchamos por ello.

En Cuba el fin de año se festeja ampliamente por toda la isla. Nadie quiere perderse esto porque, ya sabemos, los cubanos no tienen momento fijo para festejar, aquí cualquier día puede ser un motivo de fiesta.

Por esta época la familia se reúne casi de forma sagrada, la gente viene a la casa de los padres y abuelos, de los amigos de siempre y la celebración es tan intensa que uno cree que será irrepetible, pero para el año siguiente superamos los momentos felices.

Y si se trata de familias poco numerosas eso en nuestra isla no es problema. El cubano es tan caluroso que con vecinos, compañeros de trabajo y, a veces, hasta con otros ni tan conocidos, consigue hacer una fiesta de las grandes.

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Navidad

Las sandalias de José

Por Paulo Coelho

Hace muchos años, tantos que ya hemos olvidado la fecha exacta, vivía en una aldea del sur de Brasil un niño de siete años llamado José. Había perdido a sus padres muy pronto, y había sido adoptado por una avariciosa tía que, aunque tenía mucho dinero, apenas gastaba algo con su sobrino. José, que jamás había conocido el sentimiento del amor, creía que la vida era así y no se enfadaba por eso.

Como vivían en un barrio de gente rica, su tía forzó al director del colegio a aceptar a su sobrino, pagando sólo una décima parte de la mensualidad, y amenazándolo con protestar ante el alcalde si no lo hacía. El director no tuvo elección, pero siempre que podía les decía a sus profesores que humillasen a José, esperando que, de esa manera, se portara mal y valerse, así, de un pretexto para expulsarlo. Sin embargo, José, que jamás había conocido el amor, creía que la vida era así y no se enfadaba por eso.

Llegó la Nochebuena. Todos los alumnos fueron obligados a asistir a misa en una iglesia lejos del pueblo, ya que el sacerdote del lugar estaba de vacaciones. Por el camino, los niños y las niñas hablaron sobre lo que iban a encontrar en sus zapatos a la mañana siguiente: ropa de moda, juguetes caros, chocolates, patinetas y bicicletas. Todos iban bien vestidos, como siempre en los días especiales, salvo José, que seguía vistiendo ropa zarrapastrosa y calzando unas sandalias gastadas y demasiado pequeñas para sus pies (su tía se las había dado cuando sólo tenía cuatro años y le dijo que no le daría otras hasta que cumpliese diez). Algunos niños le preguntaron por qué era tan miserable y le dijeron que se avergonzaban de tener un amigo que vestía y calzaba de aquella manera. Como José no conocía el amor, no se enfadaba por aquello.

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