Por Ricardo Monreal Ávila/Milenio.com
Frente a los menores no acompañados, la postura del gobierno mexicano debe ser digna, firme y sensata. Debe haber cooperación, no sumisión.
El ciclo de la migración familiar ha tocado fondo con los niños migrantes no acompañados. En las últimas dos décadas fue escalando, a la par del TLC. Primero emigraba el padre, quien además de garantizar el sustento de la familia, aspiraba con el tiempo a reunirse y vivir con ellos en Estados Unidos.
Después empezó a emigrar todo el núcleo familiar: padre, madre y dos a tres hijos menores. Hace 10 años, con las exportaciones mexicanas al tope, las autopistas del sur de California y de Texas tenían señalamientos advirtiendo a los conductores que extremaran precauciones porque transitaban por una zona de cruce de familias migrantes indocumentadas.
Los letreros perfilaban en fondo rojo y dibujos negros un padre, una madre y un menor, tomados de la mano y corriendo por la autopista. 500 mil migrantes indocumentados llegó a estimar la Border Patrol en 2006. Aquí festejábamos el título de la novena economía mundial y los primeros 10 mexicanos más ricos de Forbes. Las remeses rompían récord y se ubicaban como segunda fuente de divisas.