Reflexiones de Fidel
Ayer fue un día largo. Atendía desde el mediodía las peripecias de Obama en Chile, como había hecho el día anterior con sus aventuras en la urbe de Río de Janeiro. Esa ciudad, en brillante desafío, había derrotado a Chicago en su aspiración a ser sede de la Olimpiada de 2016, cuando el nuevo Presidente de Estados Unidos y Premio Nobel de la Paz parecía un émulo de Martin Luther King.
Nadie sabía cuándo llegaba a Santiago de Chile y qué haría allí un Presidente de Estados Unidos, donde uno de sus antecesores había cometido el doloroso crimen de promover el derrocamiento y la muerte física de su heroico Presidente, horribles torturas y el asesinato de miles de chilenos.
Trataba por mi parte, a la vez, de seguir las noticias que llegaban de la tragedia de Japón y la brutal guerra desatada contra Libia, mientras el ilustre visitante proclamaba la “Alianza Igualitaria” en la región del mundo donde peor está distribuida la riqueza.
Entre tantas cosas, me descuidé un poco y no vi nada del opíparo banquete de cientos de personas con las exquisiteces que la naturaleza dotó los mares, que de haberse realizado en un restaurante de Tokio, ciudad donde se paga hasta 300 mil dólares por un atún fresco de aleta azul, se habrían reunido hasta 10 millones de dólares.
Era demasiado trabajo para un joven de mi edad. Escribí una breve Reflexión y dormí luego largas horas.
Hoy por la mañana estaba fresco. Mi amigo no llegaría a El Salvador hasta después del mediodía. Pedí despachos cablegráficos, artículos de Internet y otros materiales recién llegados.
Vi, en primer lugar, que por mi culpa los despachos cablegráficos le habían dado importancia a lo que dije con respecto al cargo de Primer Secretario del Partido, y lo explicaré con la mayor brevedad posible. Concentrado en la “Alianza Igualitaria” de Barack Obama, un asunto de tanta relevancia histórica ―hablo en serio―, ni siquiera recordé que el mes próximo tendrá lugar el Congreso del Partido.
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