Para muchas mujeres, perder el pelo producto de la quimioterapia es casi tan traumático como el diagnóstico inicial del cáncer. Cuesta retomar la vida habitual, cuando las labores cotidianas se tienen que combinar con terapias, cirugías, tratamientos hormonales y el miedo a morir. Contar con el apoyo necesario es fundamental para el éxito.
El diagnóstico de un cáncer de mama implica cambios importantes y radicales en la vida no solo de la paciente, sino de su familia y todo el entorno.
Vale hacer un breve recuento de la enfermedad. Hasta mediados de 1800 las mujeres con cáncer de mama llegaban a los hospitales cuando su seno estaba totalmente comprometido: aumentado de tamaño, con mucho dolor e incluso sangrante. El único tratamiento disponible duraba veinte minutos. Se atravesaban agujas en forma transversal en la base de la mama, se traccionaba completamente y se cortaba teniendo como límite estas agujas. Acto seguido, se cauterizaba la herida con un fierro caliente, tal como se marca a los animales. Y todo sin anestesia.
Ese tratamiento puede parecer bestial, pero con él se lograba, al menos, aumentar en algo la sobrevida de esa mujer.
Si bien hoy la detección, cirugías y tratamientos están lejos de esta salvaje solución, lo cierto es que el cambio que se produce en el mundo de una mujer cuando le dicen que tiene cáncer de mama es casi tan dramático y difícil de asumir como la antigua cirugía.
En noviembre de 2006 me diagnosticaron un carcinoma de mama. Exámenes, ultrasonido, mamografía, biopsia aspirativa con aguja fina…, y al cabo de un mes me sometieron a una intervención quirúrgica. Entré al quirófano sin saber el tipo de cirugía que tendrían que utilizar en mi caso.
Sigue leyendo →