Por Vladia Rubio

No es el color de la piel lo que importa, sino aquello más allá de la epidermis. Las leyes pueden, hasta cierto punto, ponerle rienda a los prejuicios, pero no eliminarlos de un plumazo.
Foto: Annaly Sánchez
La conjunción adversativa «pero», en esa frase, encierra un racismo replegado, muchas veces latente tras pronunciamientos en defensa de la igualdad. De hecho, da por sentado que ser negro es un tanto en contra significativo. Pero aparece generalmente solapado porque es algo políticamente incorrecto, no coincide con el deber ser.
Sin embargo, lo peor del cuento es que el protagonista de esta historia ¡no se molestó porque lo habían recomendado de forma tan humillante!
Lo que le llenó de indignación fue que: «Podía haber dicho que yo era moreno, de color… pero no negro, compadre».
¿Acaso todos no somos «de color»; o será que los de raza blanca o caucásica, o los de origen asiático, son traslúcidos? Me parece más ofensivo llamar a alguien «el prieto», «el morenito», «el de color», que simplemente negro.
Pero no pocas personas de piel negra parecen tener asentado en su silla turca que pertenecer a esa raza implica, de hecho, estar en desventaja.
Aunque obviamente no es una desventaja per se, las estadísticas confirman que la comunidad universitaria y también la científica, es mayoritariamente blanca; igual son mayoría los blancos en cargos directivos y en los más deseados puestos del conocido como sector emergente. La que algunos llaman «la ruta del dólar» no parece ser su ruta. En contraste, las barriadas en desventaja social cuentan con una población negra en mayoría, como también es mayoría en cárceles y otros centros correccionales. Tampoco los negros son mayoría entre los propietarios de los negocios por cuenta propia que se abren espacio en la realidad cubana.