Por Jaime Marín*
La adopción del vocablo yidis como nombre de la lengua de los judíos asquenazíes en el Diccionario Panhispánico de Dudas (DPD), provoca el rechazo de sus hablantes, que reivindican su denominación histórica: ídish. La decisión, ahora en revisión, contradice el principio de que «la norma surge del uso comúnmente aceptado».
El caso merece ser analizado, ya que, más allá del equívoco, tomándolo desde un ángulo positivo el tema subraya el papel del DPD como «laboratorio» o «banco de pruebas» para compatibilizar norma y uso del español.
El Instituto Judío de Investigaciones (IWO), con sede en Buenos Aires, solicitó a la Academia Argentina de Letras (AAL) el reemplazo de la denominación yidis del DPD, referida a la lengua popular y literaria de los judíos de Europa central y oriental (asquenazíes)— y sustituirla por ídish, su nombre habitual en el mundo hispanohablante.
El DPD optó por la adaptación gráfica de la voz inglesa yiddish, tomada, a su vez del adjetivo alemán jüdisch (‘judío’). Lo correcto hubiera sido adoptar la voz original sin interferencias de terceras lenguas, es decir, reproducir la pronunciación de la palabra original, no inglesa ni alemana, sino propiamente ídish. O sea, cómo designan dicha lengua sus hablantes y la sociedad en general.
El equívoco quizá derive de haberse decidido en un ámbito con nula presencia del ídish en su historia, como es España, donde hasta su expulsión, en 1492, los judíos hablaban judeoespañol o ladino.
Inicialmente, la RAE sostuvo que la terminación «sh» no responde a las normas fonológicas del castellano. Sin embargo, no había revelado similar prurito en casos como el náhuatl (lengua de la comunidad náhua de México) o el afrikáans (de la República Sudafricana), voces que ingresaron directamente al DRAE tal como las pronuncian sus hablantes.
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