Decenas de libros manufacturados con amor llaman la atención del mundo editorial y de los coleccionistas, por salvaguardar la estética de un arte centenario.
Por Hugo García y Lis García Arango
MATANZAS, Cuba.— Un oficio viejo cobra vida con su sabor medieval. Sus cultores no son monjes antiguos, aunque sí amantes del sacerdocio del buen arte. Cada parto de Ediciones Vigía deja boquiabiertos a quienes se acercan a su fecundidad de cinco lustros.
Una tarde visitamos la casona centenaria ubicada en la Plaza de la Vigía. Desde que abordas la sala principal notas que algo inusual acontece allí, distinto a otros centros donde la modernidad se apodera de los espacios con su frialdad. Aunque nos esperaban, todo estaba en su lugar, como cotidianamente se respira en Vigía ese olor a pegamentos, tintas o pinturas. Las artesanas y artesanos cabizbajos, como si el tiempo fuera más fugaz si se entretienen, insuflan su arte a cada número que brota de sus manos.
Subimos por una escalera angosta hasta las salas de diseño, documentación, taller de serigrafía y área de los editores. Cada pared atesora arte. La ambientación en general deja una sana envidia en nuestro espíritu: La vista se recrea ante rejas antiguas, obras plásticas al óleo, en cerámica y otros soportes; en los muebles y adornos antiguos que no permiten que la modernidad les escamotee su espacio.
Sigue leyendo