Por Lídice Valenzuela
La bahía de La Habana es uno de los sitios más hermosos de la capital cubana. Barcos de distinto porte, desde mínimas lanchas hasta grandes cargueros, recorren sus caribeñas aguas. Justo a la entrada de ese bolsón marino, y como si quisiera bendecir a cada uno de sus más de dos millones de habitantes, una estatua de Jesucristo, en actitud de recogimiento, se yergue, majestuosa, y domina la ciudad que se distingue por su cegadora luz, sólo concedida a las naciones del trópico.
Conocida como el Cristo de La Habana, la estatua de Cristo se eleva 18 metros sobre el nivel del mar, lo que permite divisarla desde diferentes puntos de la ciudad.
Obra de la entonces joven escultora Gilma Madera (recientemente fallecida), el monumento religioso forma parte de un conjunto arquitectónico cuatricentenario de gran valor histórico: las fortalezas de los Tres Reyes del Morro, San Salvador de la Punta, la Real Punta y San Carlos de la Cabaña, baluartes que defendieron a La Habana, en pasados siglos, de la codicia de potencias extranjeras y de piratas y corsarios.
La historia del Cristo de La Habana se remonta a los años 50 del pasado siglo, y está vinculada a los avatares políticos de la época, cuando la juventud cubana luchaba por derrocar al régimen del dictador Fulgencio Batista.
El 13 de marzo de 1957, jóvenes revolucionarios, en su mayoría estudiantes de la Universidad de La Habana, acompañados por otras figuras de mayor experiencia, atacaron el Palacio Presidencial, situado en el corazón de la capital. La mayoría de los revolucionarios murió en el intento de ajusticiar a Batista, quien escapó ileso, y otros resultaron asesinados por sus captores.
Asustada por el tiroteo, y para agradecer a Dios haberle salvado la vida, la esposa de Batista prometió erigir una estatua de Jesucristo, similar a la que, por otras razones más humanas y justas, se levanta en el monte Corcovado, de Río de Janeiro. La estatua cubana, como la carioca, se situaría en un lugar desde donde fuera visible la ciudad, como si aquella religiosa obra sirviera de muralla protectora de los sicarios de la dictadura militar.
Justamente siete días antes de la caída de Batista, cuyo régimen no resistió el ímpetu revolucionario, el 25 de diciembre de 1958, el monumento fue develado. La figura de Jesús, esculpida en Italia, en mármol de Carrara, aparece de pie, con una mano en el pecho y la otra en alto, en actitud de bendecir, desde su altura de 18 metros, sobre la base de tres.
Pesa 320 toneladas y está considerada, con sus 67 piezas, la mayor obra escultórica al aire libre realizada por una mujer. Sus suaves rasgos y labios carnosos y sensuales reproducen los de un amor de la artista, según fantasean diferentes versiones populares.
La Habana, ahora, es muy diferente a aquella que Cristo debía proteger en 1959. Cambios profundos y radicales dotan a la capital cubana de otros códigos y presupuestos.
Desde la altura de la hermosa bahía, con su rostro de paz, vela, en la actualidad, por la tranquilidad ciudadana que los cubanos, en buena lid, ganaron en 1959.
Hasta la hermosa figura, venerada por los habaneros, llegan las voces, olores, músicas, ruegos de amor, a los que el paciente Cristo otorga sus bendiciones, con la certeza divina de que serán acogidas por nobles, simpáticos y creyentes humanos.
(Tomado de http://www.cmbfjazz.cu)
apreciada María Elena, como regalo por año nuevo, os dejo este poema de mi modesta autoría, para acompañar, a modo de colofón, este artículo (espero que lo disfrute):
PLAZA DE MI HABANA ANCESTRAL
a Eusebio Leal Spengler
A esta fiesta de natura extrapolada
llegan Obispo y Baratillo
los Oficios y la tímida Enna
O’Reilly y Tacón
(no precisamente de la ardiente flamenca)
―alfombras tejidas en piedra
estrellas colgadas de cada cielo
paraísos saludando tu cortejo principal
rejas y vitrales que pierden sus catedrales
después de danzar por siglos
en nostalgias, alegrías, desasosiego―
contigo el descubridor y sus Capitanes Generales
el Segundo Cabo y Santa Isabel
el templete y su venerada Ceiba
la altanera Giraldilla coronando la Real Fuerza
y si te sorprende el suspiro
de un buque en pos del descanso
allá, a lo lejos, nuestro padre redentor
vela sus mandamientos
¡vaya brindis con quietud y brisa
trinos de lenguas y trópico
abrazándome al instante
en mi nube de mármol!
© Jorge Bousoño
La Habana.