El 17 de junio de 1905 falleció el Generalísimo Máximo Gómez Báez, a la edad de 68 años.
Insigne revolucionario y jefe militar de excepcionales cualidades. Llegó a ocupar las más altas responsabilidades dentro del Ejército Libertador de Cuba durante las luchas independentistas frente al coloniaje español.
Nació en Bani, República Dominicana, el 18 de noviembre de 1836. En su isla natal alcanzó el grado de capitán dentro del ejército español. En 1865 se estableció en Cuba con su familia y poco tiempo después pidió su licenciamiento; se dedicó al cultivo de la tierra y comenzó a relacionarse con los cubanos que conspiraban por la independencia.
El 14 de octubre de 1868, cuatro días después del inicio de la primera guerra independentista, se sumó a las fuerzas insurrectas. El 18 de octubre, Carlos Manuel de Céspedes lo ascendió a Mayor General.
Fue el más brillante soldado, el General en Jefe, “Generalísimo” del Ejército Libertador, por sus gloriosas hazañas por la libertad de su amada Cuba, la segunda Patria querida, por la que luchó y se sacrificó durante más de 30 años, a veces, recordando lo que le prometiera Martí: Yo ofrezco a Ud. sin temor de negativa, este nuevo trabajo, hoy que no tengo más remuneración que brindarle el placer de su sacrificio y la ingratitud probable de los hombres.
La ingratitud no hizo mella en su cariño por el pueblo cubano. Así, cuando la Asamblea del Cerro acordó su destitución como General en Jefe, puesto que las discrepancias habían llegado a su clímax y se resquebrajó la imprescindible unidad, hizo un Maninifiesto a la nación, donde expresó:
…Extranjero como soy, no he venido a servir a este pueblo, ayudándole a defender su causa de justicia, como un soldado mercenario; y por eso desde que el poder opresor abandonó esta tierra y dejó libre al cubano, volví la espada a la vaina, creyendo desde entonces terminada la misión que voluntariamente me impuse. Nada se me debe y me retiro contento y satisfecho de haber hecho cuanto he podido en beneficio de mis hermanos. Prometo a los cubanos que, donde quiera que plante mi tienda, siempre podrían contar con un amigo.
El 2 de abril de 1899 en carta abierta a su esposa Bernarda Toro, Gómez expresó en relación con la situación del país:
Los que esperan, están desesperados. Como yo no espero nada, estoy muy tranquilo con mi inesperada situación, descargado de toda responsabilidad y gozando del cariño de este pueblo que ahora más que nunca, me lo ha demostrado, comprometiendo, por modo tan elevado y sentido, mi gratitud eterna.
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