Acaso internet, el correo electrónico y los chats firman la sentencia de muerte de esa correspondencia cálida, manuscrita, de historia plurimilenaria.
Por Mary Luz Borrego
Allá en Yaguajay, mi amiga Carmen Perdomo todavía guarda en un cofre de suprema intimidad aquella esquela que salvó el amor de su vida.
La hojita, medio amarillenta, con una caligrafía minúscula y a todas luces perturbada, llegó de La Habana una semana después que él se la enviara, desesperado por el mal trance de la despedida: «Hoy no sale el Sol, sino tu rostro», parafraseó el verso de Silvio que ambos sabían de memoria. Casi 30 años después aún se acarician con una mirada cómplice por aquella reconciliación memorable.
Nada como la calidez de una correspondencia manuscrita. Sin embargo, primero el teléfono y ahora la popularización de las nuevas tecnologías —internet, el correo electrónico, los chats—, empiezan a dejar a un lado la práctica plurimilenaria de escribir cartas de nuestro puño y letra.
Misivas prehistóricas
Algunos autores aseguran que resulta imposible establecer el momento exacto del surgimiento de este medio de comunicación. Otros afirman que existió desde los albores mismos de la escritura.
El italiano Armando Petrucci ofrece una amplia mirada a la historia de la carta desde el mundo clásico hasta nuestros días. Las esquelas más antiguas que se conocen son una decena de ejemplares griegos esgrafiados sobre finas láminas de plomo o fragmentos de cerámica que datan de entre los siglos VI y IV antes de nuestra era.
Pero los anales de la epístola han seguido desde entonces una amplísima parábola signada por notables transformaciones tecnológicas y culturales. Con la revolución informática, los correos electrónicos y SMS o mensajes cortos que se transmiten por teléfonos celulares, no pocos afirman incluso que está condenada a muerte.