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Los anglicismos depredadores

Por Álex Grijelmo, El País

downloadLos anglicismos, galicismos y demás extranjerismos no causan alergias, ni hacen que baje el producto interior bruto, ni aumentan la contaminación ambiental. No matan a nadie.

No constituyen en sí mismos un mal para el idioma. Ahí está “fútbol”, por ejemplo, que viene de football y se instaló con naturalidad mediante su adaptación como voz llana en España y aguda en América. Se aportó en su día la alternativa “balompié”, y quedó acuñada en nombres como Real Betis Balompié, Albacete Balompié, Écija Balompié, Riotinto Balompié… o Balompédica Linense; pero la palabra “fútbol” acabó ocupando ese espacio y dejó “balompié” como recurso estilístico y tal vez como evocación de otras épocas.

“Fútbol”, eso sí, llegó a donde no había nada. Además, abonó su peaje; se supo adaptar a la ortografía y a la morfología de nuestro idioma, y progresó por él: “futbolístico”, “futbolero”, “futbolista”… Y venció ante una alternativa formada, sí, con los recursos propios del idioma pero que llegó más tarde.

Sin embargo, nos invaden ahora anglicismos que tenían palabras equivalentes en español: cada una con su matiz adecuado a su contexto. Ocupan, pues, casillas de significado donde ya había residentes. Y así acaban con algunas ideas y con los vocablos que las representaban. Se adaptarán quizás al español en grafía y fonética, pero habrán dejado antes algunas víctimas.

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“La lengua es la identidad de los pueblos”

Entrevista a la doctora Nuria Gregori Torada, directora del Instituto de Literatura y Lingüística.

Por Onaisys Fonticoba

NuriaLa primera vez que entrevisté a la doctora Nuria Gregori Torada, su personalidad me pareció tan grande como la sonoridad de su nombre. Llegamos al Instituto de Literatura y Lingüística “José Antonio Portuondo Valdor” (ILL) por un trabajo de clase sobre la Sociedad Económica Amigos del País (SEAP), pues comparten el mismo enclave.

La Doctora, además de dirigir el ILL, también era (y es) vicepresidenta de la SEAP, de modo que aquel encuentro, más que la entrevista que pretendimos hacer, fue un recorrido por la historia de Cuba y de nuestra identidad.

Cinco años después, Nuria Gregori aún me parece grande. Y no es por sus aportes al estudio de la Lengua Española, o por su labor como presidenta del Consejo de Ciencias Sociales del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente; como académica de Mérito de la Academia de Ciencias de Cuba; miembro de la Academia Cubana de la Lengua, o como Correspondiente de la Real Academia Española y de la Academia Norteamericana de la Lengua Española.

Sin demeritar alguna de esas funciones —a las cuales podrían sumarse otras no menos importantes—, debo confesar que la admiración proviene de su entrega total a los proyectos que realiza, de su profunda convicción patriótica, de su modestia, y de su empuje a favor del mejoramiento humano.

El despacho estaba casi igual que años atrás: libros, libros por doquier, más libros que aire…, y no podía ser de otra manera, en el Instituto se atesoran materiales hace más de dos siglos, desde que su biblioteca —la más antigua de Cuba— perteneciera a la Sociedad Económica Amigos del País, fundada en 1793.

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De cuánta maldad hay en las “malas” palabras

Por Iris Oropesa Mencía

imagesSi llega el esposo en el momento en que no se está precisamente honrando los votos matrimoniales, si el palo de trapear cae justo en el dedo meñique a la velocidad de un auto fórmula I con turbo, si nos ponchan al último jugador cuando faltaba una empujada para empatar y las bases estaban llenas, si se va la luz a la mitad de la redacción de la tesis y no guardaste una copia de ese capítulo, si sorprende uno de esos truenos que te hacen creer en Dios mientras hablas por teléfono, si descubres de repente que se te quedó la llave dentro de la casa cuando saliste corriendo porque ya vas tarde al trabajo…

Seamos sinceros, todos sabemos exactamente qué tipo de palabritas vamos a soltar. Es probable que ahora mismo, mientras leemos esto, estemos todos sintonizados con una misma expresión en mente, porque es esa y no otra la que nos salva en un momento de tensión tan grande. ¿Acaso no es ese el secreto de que la voz de los técnicos de fútbol no se escuche en televisión? (¿Y no sabemos todos lo que dicen algunos de ellos con apenas leerles los labios cuando se quejan del árbitro?)

Las tan llevadas y traídas “malas” palabras son tema obligado si se trata de hablar de cosas interesantes del lenguaje (y parecer cool al mismo tiempo, como diría mi primo inglés). La eterna guerrita entre norma social y expresión de lo más visceral y humano, que podría o no irse a buscar por los laberintos de la dicotomía del alma y el cuerpo de Platón, o en el millón de preceptos filosóficos que ha versado sobre ese complejito nuestro de alcanzar lo ideal desde el barro cenagoso del que, según el Génesis, estamos hechos, es el meollo alrededor del cual, desde que el mundo es mundo, según mi abuela, las “malas” palabras han sido tratadas como los criminales nocturnos del lenguaje.

Unas madres optan por prometer visitas del coco, ya un poco pasadas de moda, mientras otros siguen el viejo y rápido correctivo del sopapo, o en el estilo americano, le pagan un peso a un hermano cuando el otro suelta la dichosa palabreja, pero a fin de cuentas, tutti il mundi, como dijera mi primo italiano, cae en la trampa del tabú que rodea misteriosamente a las malas palabras. Todos las apedreamos y las enviamos a la hoguera con gesto de señoronas preciosistas y de inquisidores, todos le lanzamos la mirada de rayos láser al niño cuando la suelta, y todos coincidimos en condenarlas sin preguntarnos acaso el porqué de una cosa: por qué considerarlas, precisamente, malas palabras.

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Lengua khmer, el alfabeto más grande del mundo

mcambodCon 72 letras de las cuales 32 son vocales, la lengua Khmer, hablada en Camboya, tiene el alfabeto más grande del mundo, el cual atañe a la familia de lenguas austroasiáticas situadas en la región del sudeste asiático e India.

La gramática del también conocido como camboyano, jemer o khmer, a diferencia de su alfabeto, es muy sencilla, pues no maneja tiempos verbales, género, número ni artículos.

Asimismo, no es una lengua tonal, es decir, no es una lengua en la que el contorno de la frecuencia fundamental con el que se pronuncia cada sílaba sirve para crear contrastes fonológicos –de sonido o pronunciación.

En tanto, el alfabeto más pequeño del mundo se localiza en Bougainville, la mayor de las islas del archipiélago de las islas Salomón, pertenecientes a Papúa Nueva Guinea, con el nombre de rotocas. Su abecedario cuenta con solo 12 letras que corresponde al alfabeto latino moderno, es decir, utiliza las mismas cinco vocales de nuestro idioma, pero únicamente siete consonantes.

(Fuente: elcastellano.org)

«Hiperpolíglotas»: gente que habla hasta 72 idiomas

Giuseppe Gasparo Mezzofanti (* Bolonia, 19 de septiembre de 1774, † Roma, 15 de marzo de 1849)

En el siglo XIX el cardenal italiano Giuseppe Mezzofanti tenía fama de ser el hombre que más idiomas hablaba en el mundo. Algunos dicen que sabía 72 y otros, 39. Sea cual sea el número, hay testimonios que dan cuenta de su extraordinario talento.

En una ocasión el papa Gregorio XVI lo sorprendió con una docena de seminaristas de diferentes países de visita en Bolonia a quienes Mezzofanti guiaba en sus idiomas maternos.

El poeta inglés Lord Byron también lo puso a prueba, pero al final tuvo que admitir que era imposible superarlo: «Es un monstruo del lenguaje que debió haber sido el intérprete universal de la torre de Babel», escribió en su diario.

Convencido de que todavía hay personas con la misma habilidad del cardenal, el periodista estadounidense Michael Erard emprendió la difícil tarea de dar con su paradero. Para ello se valió de foros en internet y de archivos de la Dirección General de Traducción, con sede en Bruselas. El resultado de su búsqueda es Babel No More, un libro que reúne las historias de los mayores prodigios del lenguaje y de paso intenta resolver la pregunta de si un hiperpolíglota (es decir, alguien que conoce más de once idiomas) nace con el don o se hace con la práctica.

Uno de los casos más fascinantes es el de Alexander Argüelles, un profesor de 47 años que dedica nueve horas diarias (antes de casarse y tener hijos dedicaba 14) a estudiar alemán, mandarín, árabe, latín, ruso, persa, sánscrito, checo, catalán, islandés, swahili… Su método es aparentemente fácil: todas las mañanas sale a correr cerca de su casa en Berkeley, California, mientras escucha audiolibros de un idioma en particular en su reproductor de mp3.

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El español habla más rápido que el inglés, pero transmite menos información

Los españoles se expresan más rápido que los franceses, ingleses o italianos, pero transmiten menos información por segundo, según el último estudio sobre lenguaje realizado por la Universidad de Lyon.

La investigación, que ha contado con el apoyo del Centro Nacional de Investigación Científica francés (CNRS), desvela una correlación negativa entre la densidad de información contenida en las sílabas de una lengua y la rapidez con la que esta se expresa, explicó hoy a EFE uno de sus responsables, François Pellegrino.

Ese análisis sitúa al español en el penúltimo puesto de los siete idiomas estudiados en cuanto a la cantidad de información transmitida por sílaba, lo que quiere decir que sus usuarios deben pronunciar hasta el 30 por ciento más de sílabas para expresar lo mismo que en inglés o en chino mandarín.

La paradoja es que la lengua de Cervantes es también, después del japonés, la más rápida a la hora de hablarse, con 7,82 sílabas por segundo, frente a la media de 6,1 sílabas en inglés en esa misma fracción de tiempo, un hecho que confirma una hipótesis ya avanzada hace décadas: que la rapidez de un idioma se adapta a su estructura.

De las lenguas puestas a prueba, el inglés, el francés, el alemán, el español, el italiano, el mandarín, el vietnamita y el japonés, solo la última supera al español tanto en rapidez como en baja densidad de información por sílaba pronunciada.
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Esto se sabe desde los tiempos de la torre de Babel

Por Mar Abad

La comunicación e interntetLos hombres, cuando se comuni­can, cuando se entienden, pueden llegar a hacer cosas tan heroicas como construir un torreón que llegue hasta el cielo. Cuando no se entienden, en cambio, no tienen nada que hacer. Por eso, la torre nunca llegó al cielo. Porque Yahveh hizo que cada hombre hablara un idioma distin­to cuando aún quedaban muchos ladrillos que poner.

Hubo un tiempo, hace miles de años (independien­temente de lo que cuente la Biblia), que los idiomas empezaron a crecer por el mundo. Hubo un tiempo des­pués, hace unas décadas, que las lenguas comenzaron a desaparecer (250 desde 1950, según la UNESCO).

Muchas palabras morían para siempre. Pero nacía otra forma de hablar. Eran los lenguajes de signos. El filósofo austriaco atto Neurath conocía la moraleja de la leyenda de Babel. Pensó que un lenguaje de símbolos sería com­prensible para todo el mundo, independientemente de su lengua natal, y se afanó en inventar un idioma que todo lo contaba en dibujos. Lo llamó Isotype (International System of Typographic Picture Education), allá por 1934, y con el tiempo se convirtió en el impulsor de la señalética moderna o, dicho de otro modo, la prehistoria de ese lenguaje que hace que una persona, hable el idioma que hable, sepa a qué baño tiene que entrar en un aeropuerto con solo mi­rar el dibujo de una señora o un caballero en la puerta.

En aquel tiempo las máquinas comenzaban a estar por todas partes. Empezaban a hacerse irremplazables y, entre ellas, los ordenadores en su estadio más primitivo. Tanto fue así que empezaron incluso a tener sus propias len­guas. En 1960 nació el primer lenguaje informático, Cobol. Llegaron después Basic, Java, SNUSP, SPL (Shakespeare Programing Language o un intento de hacer un código fuente dotado de belleza)… Y hoy, a diferencia de los len­guajes humanos, los informáticos van en aumento.

Los ordenadores no solo tienen sus lenguajes pro­pios de programación. Están cambiando la forma de hablar, escribir y comunicarse de los humanos.

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¿Qué dice la Academia de la i griega, la ch y la ll?

La i griega será ye, la b será be (y no be alta o be larga); la ch y la ll dejan de ser letras del alfabeto; se elimina la tilde en solo y los demostrativos (este, esta…) y en la o entre números (5 o 6) y quorum será cuórum, mientras que Qatar será Catar.

la i griegaLa nueva edición de la Ortografía de la Real Academia Española, que se publicará antes de Navidad, trata de ser, como dice su coordinador, Salvador Gutiérrez Ordóñez, “razonada y exhaustiva pero simple y legible”. Y sobre todo “coherente” con los usos de los hablantes y las reglas gramaticales. Por eso el académico insiste en que plantea innovaciones y actualizaciones respecto a la anterior edición, de 1999, pero no es, “en absoluto” revolucionaria. Gutiérrez Ordóñez se resiste incluso a usar la palabra “reforma”.

Con todo, al director del Departamento de Español al Día de la RAE no se le escapa que los cambios ortográficos provocan siempre resistencias entre algunos hablantes. De ahí la pertinencia, dice, del consenso panhispánico que ha buscado la Comisión Interacadémica de la asociación que reúne a las Academias de la Lengua Española de todo el mundo. El miércoles, esa comisión, reunida en San Millán de la Cogolla (la Rioja) aprobó el texto básico de la nueva Ortografía de la lengua española. A falta de su ratificación definitiva el 28 de este mes en la Feria del Libro de Guadalajara (México) durante el pleno de las 22 academias, estas son algunas de las “innovaciones puntuales” aprobadas esta semana y destacadas por el propio Gutiérrez Ordóñez.

La i griega será ye. Algunas letras de nuestro alfabeto recibían varios nombres: be, be alta o be larga para la b; uve, be baja o be corta, para v; uve doble, ve doble o doble ve para w; i griega o ye para la letra y; ceta, ceda, zeta o zeda para z. La nueva Ortografía propone un solo nombre para cada letra: be para b; uve para v; doble uve para w; ye para y (en lugar de i griega). Según el coordinador del nuevo texto, el uso mayoritario en español de la i griega es consonántico (rayo, yegua), de ahí su nuevo nombre, mayoritario además en muchos países de América Latina. Por supuesto, la desaparición de la i griega afecta también a la i latina, que pasa a denominarse simplemente i.

Ch y ll ya no son letras del alfabeto. Desde el siglo XIX, las combinaciones de letras ch y ll eran consideradas letras del alfabeto, pero ya en la Ortografía de 1999 pasaron a considerarse dígrafos, es decir, “signos ortográficos de dos letras”. Sin embargo, tanto ch como ll permanecieron en la tabla del alfabeto. La nueva edición los suprime “formalmente”. Así, pues, las letras del abecedario pasan a ser 27.

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¿Las miles o los miles de mujeres?

Por Piedad Villavicencio Bellolio (Ecuador)

La palabra «mil» como sustantivo tiene género masculino; por lo tanto, aunque el complemento especificativo tenga género femenino, los artículos o determinantes que le preceden deben emplearse también en masculino.

En consecuencia, no es recomendable decir o escribir «las miles de mujeres», «esas miles de ejecuciones», «estas miles de víctimas», «las miles de familias», «las miles de preguntas» u otras frases de similares características; sino «los miles de mujeres», «esos miles de ejecuciones», «estos miles de víctimas», «los miles de familias», «los miles de preguntas». En estos ejemplos, cáptese que todos tienen un complemento especificativo que se ha introducido con la preposición «de».

Este complemento no se debe omitir, pues su presencia imprime precisión en la oración. Si se obvia, y decimos, por ejemplo, «hubo miles en la playa», nuestro interlocutor no va a tener la certeza de a qué o a quiénes se refiere la frase: si a «miles de bañistas», «miles de peces», «miles de yates», «miles de vendedores», «miles de fuegos artificiales»…

UNOS MIL ASISTENTES, UNAS MIL PÁGINAS

En estos casos, los plurales «unos» y «unas» modifican al cardinal «mil» y aportan una idea de aproximación a la cantidad que se expresa en este número.

El uso de este artículo indeterminado o indefinido (unos, unas) se puede combinar con adverbios y locuciones que tienen igual valor semántico. Por ejemplo, se transmite la misma idea de aproximación o acercamiento con «unas mil pesetas», «aproximadamente mil pesetas», «cerca de mil pesetas», «más o menos mil pesetas» y «alrededor de mil pesetas».

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Una palabra rara: canguro

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st1\:*{behavior:url(#ieooui) } Por Marcelo Arduz Ruiz1

canguroEs la palabra más absurda que se pueda encontrar en todo el diccionario, sea de la Real Academia Española o en cualquier otro idioma, tomada de la versión inglesa considerada fiel traslación de la lengua australiana.

Antes que se lo conociera en el llamado mundo «civilizado», era el animal más extraño del planeta: daba enormes saltos de hasta diez metros de largo, impulsados por sus robustas patas traseras, desmesuradas en relación con el resto del cuerpo y las atrofiadas delanteras, y se valía de su larga y gruesa cola para mantener el equilibrio, cual si se tratara de una tercera pata. Además, las hembras contaban con una bolsa exterior a la altura del vientre, en la cual transportaban a sus crías.

Cuando en 1770 el navegante inglés James Cook desembarcó en el hasta entonces desconocido continente australiano, al avistar tan exótico animal y preguntar a uno de los nativos cómo se llamaba, guturalmente pronunció Kangoroo. El mozalbete naturalista Joseph Banks, que acompañaba a la tripulación, apuntó la palabra en su cuaderno de notas prestamente, sin sospechar que en el futuro el animal sería conocido por aquel nombre.

Pasados los años, los británicos descubrieron que kun-u-ru, en una de las más de 250 lenguas nativas de la isla, significaba simplemente «no entiendo», pero ya nada se pudo hacer para cambiar su nominación, pues la especie nominada de aquel modo era ya famosa a escala universal.

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