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Una vieja anécdota cubana

Por Argelio Santiesteban Pupo

Primer vuelo de André Bellot. (Cubaperiodistas)

Primer vuelo de André Bellot. (Cubaperiodistas)

De cómo la gravedad despachurró a un francés.

El orgullo desmedido es —sin duda— gravísimo lunar del alma humana. Por su culpa mucha gente se ha perdido en este mundo material, mientras que en el espiritual —según los religiosos— le esperan tormentos mil para purgar ese pecado que llaman soberbia.

Y, como pudieron comprobar los habaneros a principios del pasado siglo, soberbio en grado sumo era André Bellot, el héroe de esta croniquilla.

Cuando transcurría 1910, los dos millones de cubanos, a lo largo del verde caimán, vivían al tanto de una sorprendente novedad que en breve se produciría: un hombre iba a desafiar la aparentemente inexorable ley de la gravedad, esa que determina la caída estrepitosa de todo lo que sube.

Dígase que no iba a ser, ni mucho menos, la primera vez que un hombre volara en San Cristóbal de La Habana. Desde muy remotos tiempos, muchísimos buscavidas se habían agenciado los frijoles con ascensiones más o menos espectaculares, incluidas la efectuada cuando se inauguró El Templete o aquella memorable de Matías Pérez, el portugués toldero al cual aún esperamos que regrese. Y, periódicamente, la presencia de algún globo en el firmamento habanero sería obligada, como un espectáculo de feria cuyo escenario era el cielo entero.

Ah, pero lo que se proponía el francés André Bellot era “distinto y diferente”, según dice el pueblo. Sí, porque los antecesores en materia de enseñorearse de los aires lo hicieron valiéndose del hidrógeno o del gas del alumbrado, materias ligerísimas. Y ahora se trataba de remontar las alturas en un artefacto más pesado que el aire.

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Mimí (Fragmentos del libro Cerca del Che)

Por José Antonio Fulgueiras

Lo primero que yo perdí en mi vida fue el nombre. Me inscribieron como Zobeida Rodríguez Ferreiro, y  por las perretas que di, en los primeros meses de nacida, me pusieron Mimí, en honor de una gatica que había en la casa y  maullaba pidiendo la leche igual que yo.

 

Vine al mundo como una desgraciada a pasar trabajo. En aquel entonces en el campo no había ni radio ni televisión, y la gente lo que hacía era tener hijos y más hijos. A los 11 años era criada en mi pueblo de Manacas. Limpiaba pisos y cocinaba para ayudar a mis padres, y fui creciendo hasta convertirme en una mujerona  —aun­que hay quien lo niegue-— que por donde pasaba, había que mirarme.

 

La tengo  frente a  mí, con su piel canela y sus ojos grandes y expresivos, los cuales cierra ahora, añorando el pudor de los años juveniles, acorralados dentro de una muchacha alta y delgada, trigueña y de un pelo largo y lacio, provocativo al aire pueblerino, y a los muchachones de entonces.

 

Fue ahí donde conocí a Chávez, o mejor, a Kid Relámpago, el mejor boxeador de la zona. 

A mí me gustaban las peleas y lo seguía adonde quiera que se presentara. Me pareció que lo inspiraba y empecé a enamorarme de él. No era tan agresivo en el amor como en el ring, por lo que tuve que esperar varios meses para hacernos novios. Me pidió a mis padres, y a los pocos días me llevó y me metió en un cuartico. Salí de Guatemala para entrar en «guatapeor».


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